“Each of us has our own self-image, but what few realize, is that every person around us also possesses an image of us, no less real than our own. Every person close to us has a version of us in their hearts that no one else can replicate or replace.”
― Michael G. Manning, quote from The God-Stone War
“If other furniture items could see his actions that day, and if that same furniture then had dreams… well they’d have been horrific nightmares of wooden destruction at the hands of a metal clad monster, i.e. Dorian Thornbear.”
― Michael G. Manning, quote from The God-Stone War
“Table of Contents Chapter 1 Chapter 2 Chapter 3 Chapter 4 Chapter 5 Chapter 6 Chapter 7 Chapter 8 Chapter 9 Chapter 10 Chapter 11 Chapter 12 Chapter 13 Chapter 14 Chapter 15 Chapter 16 Chapter 17 Chapter 18 Chapter 19”
― Michael G. Manning, quote from The God-Stone War
“This can’t be real. It will never be real, I won’t accept it. This isn’t happening. In her mind she saw his eyes open again, remembering her relief at seeing him alive. But he wasn’t… As soon as his hand had touched her, as it had so often before, she had known. The cold”
― Michael G. Manning, quote from The God-Stone War
“reason, for it involved a great deal of personal risk, and that was”
― Michael G. Manning, quote from The God-Stone War
Michael G. Manning
Born place: in San Antonio, The United States
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“Get you’re fucking hands off her,”
― T.M. Frazier, quote from King
“Unlike my mother, my father does not cry quietly. His wails roll out like a wave of pain, and I scramble to roll up my window. My mother cannot hear that. I cannot bear to hear it myself. I am not used to my father's crying. I've had no time to harden my heart against him.”
― Margaret Peterson Haddix, quote from Double Identity
“Hoy esos hombres y mujeres van a Tailandia, a Filipinas, a Botswana, a Bolivia y a cualquier parte donde esperan encontrar gentes que necesitan con desesperación un trabajo. Van a esos países con la intención deliberada de explotar a los desdichados, a seres que tienen hijos desnutridos o famélicos, que viven en barrios de chabolas y que han perdido toda esperanza de una vida mejor; que incluso han dejado de soñar en un futuro. Esos hombres y mujeres salen de sus fastuosos despachos de Manhattan, de San Francisco o de Chicago, se desplazan entre los continentes y los océanos en lujosos jets, se alojan en hoteles de primera categoría y se agasajan en los mejores restaurantes que esos países puedan ofrecer. Luego salen a buscar gente desesperada.
Son los negreros de nuestra época. Pero ya no tienen necesidad de aventurarse en las selvas de África en busca de ejemplares robustos para venderlos al mejor postor en las subastas de Charleston, Cartagena o La Habana. Simplemente reclutan a esos desesperados y construyen una fábrica que confeccione las cazadoras, los pantalones vaqueros, las zapatillas deportivas, las piezas de automoción, los componentes para ordenadores y los demás miles de artículos que aquéllos saben colocar en los mercados de su elección. O tal vez prefieren no ser los dueños de esas fábricas, sino que se limitan a contratar con los negociantes locales, que harán el trabajo sucio por ellos.
Esos hombres y mujeres se consideran gente honrada. Regresan a sus países con fotografías de lugares pintorescos y de antiguas ruinas, para enseñárselas a sus hijos. Asisten a seminarios en donde se dan mutuas palmadas en las espaldas e intercambian consejos sobre cómo burlar las arbitrariedades aduaneras de aquellos exóticos países. Sus jefes contratan abogados que les aseguran la perfecta legalidad de lo que ellos y ellas están haciendo. Y tienen a su disposición un cuadro de psicoterapeutas y otros expertos en recursos humanos, para que les ayuden a persuadirse de que, en realidad, están ayudando a esas gentes desesperadas.
El esclavista a la antigua usanza se decía a sí mismo que su comercio trataba con una especie no del todo humana, a cuyos individuos ofrecía la oportunidad de convertirse al cristianismo. Al mismo tiempo, entendía que los esclavos eran indispensables para la supervivencia de su propia sociedad, de cuya economía constituían el fundamento. El esclavista moderno se convence a sí mismo (o a sí misma) de que es mejor para los desesperados ganar un dólar al día que no ganar absolutamente nada. Y además se les ofrece la oportunidad de integrarse en la más amplia comunidad global. Él o ella también comprenden que esos desesperados son esenciales para la supervivencia de sus compañías, y que son los fundamentos del nivel de vida que sus explotadores disfrutan. Nunca se detienen a reflexionar sobre las consecuencias más amplias de lo que ellos y ellas, su nivel de vida y el sistema económico en que todo eso se asienta están haciéndole al planeta, ni sobre cómo, finalmente, todo eso repercutirá en el porvenir de sus propios hijos.”
― John Perkins, quote from Confessions of an Economic Hit Man
“Debts of friendship are not debts.”
― Raymond E. Feist, quote from A Darkness At Sethanon
“Like, Jayno-eyes? That’s just as stupid as Berrystumpytail,” his sister replied.”
― Erin Hunter, quote from Outcast
Pearl in the Sand
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